¿Qué vinos maridan mejor con platos de cuchara?
- Roberto Buscapé
- 25 sept
- 3 Min. de lectura

Un plato humeante que llega a la mesa en un día frío, el vapor que se eleva despacio y abre el apetito antes del primer sorbo de caldo. Así se reconoce el otoño en España: en la cuchara que se hunde en guisos y sopas de raíces humildes, pero de sabor profundo, en recetas que han acompañado generaciones y que encuentran en esta estación su mejor escenario.
La cocina de cuchara tiene algo de ritual íntimo y colectivo a la vez. Reconforta al cuerpo con legumbres, verduras y carnes guisadas con paciencia, pero también acaricia la memoria, porque cada cucharada guarda un eco de la tradición. Y si algo puede prolongar y enriquecer esa experiencia, es la compañía de un vino bien elegido: uno que refresque, equilibre o subraye lo que el plato ofrece.
El maridaje, en este caso, es mucho más que técnica gastronómica. Es un gesto cultural que une dos patrimonios: el del viñedo y el de la olla. En cada copa servida junto a un cocido, una fabada o una sopa castellana, hay un diálogo entre la tierra, el clima y la historia. Descubrir qué vinos acompañan mejor a los platos de cuchara del otoño es redescubrir España desde la mesa, con los cinco sentidos.
Cocido madrileño y tintos jóvenes
El cocido, servido en sus tradicionales vuelcos, es un festín de garbanzos, carnes y embutidos. La tentación de escoger un vino potente es grande, pero el riesgo de saturar el paladar también lo es. Por eso, un tinto joven de Tempranillo o Garnacha resulta perfecto: fruta fresca, notas de cereza y una acidez viva que aligera la contundencia del plato. Un cosechero riojano o un Garnacha de Calatayud cumplirán con alegría.
Fabada asturiana y tintos con cuerpo
La fabada, con sus fabes mantecosas y el compango rico en grasa, necesita un vino que resista la embestida. Un Mencía del Bierzo, con su equilibrio de fruta madura y mineralidad, se integra de forma natural, mientras que un Rioja crianza aporta estructura, madera sutil y especias que se funden con el guiso. Un maridaje de carácter, tan profundo como el propio plato.
Caldo gallego y blancos atlánticos
El caldo gallego, con patatas, berzas y grelos, ofrece un perfil vegetal y suave que pide frescor. Aquí entran en juego los blancos atlánticos: un Albariño de Rías Baixas, vibrante y cítrico, o un Godello de Valdeorras, más floral y redondo. Ambos iluminan el plato con su acidez y su ligereza, recordándonos que en la sencillez también hay grandeza.
Lentejas estofadas y tintos ligeros
Las lentejas, guisadas con verduras y un punto de chorizo, son la definición de la cocina cotidiana. Para no restarles protagonismo, nada mejor que un tinto joven y suave o un rosado seco de Navarra o Cigales. Sus notas frutales despiertan la cuchara sin imponerse, convirtiéndolo en un maridaje fácil y recurrente para cualquier mesa.
Sopa castellana y vinos generosos
El ajo, el pan y el huevo escalfado convierten a la sopa castellana en un plato de sabor intenso y directo. La pareja ideal está en Andalucía: un fino de Jerez, con su filo salino, o un amontillado, con notas de frutos secos y crianza oxidativa. Ambos resaltan el carácter rústico de la sopa y la elevan a un nivel sorprendente.
Cremas de otoño y blancos aromáticos
La suavidad de una crema de calabaza o de setas pide vinos frescos y aromáticos. Un Verdejo de Rueda, herbáceo y cítrico, o un Chardonnay con breve crianza aportan equilibrio. Quien busque un toque festivo puede optar por un cava joven, cuyas burbujas aportan ligereza y elegancia a cada cucharada.
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