Guía para no ser un pringado en una comida con foodies extremos
- Irene Sánchez
- 21 ago
- 4 Min. de lectura

Te han invitado a cenar y la mesa parece una pasarela de ego gastronómico. Todos describen lo que comen como si fueran críticos de guía Michelin, mezclando tecnicismos y metáforas poéticas mientras tú apenas aciertas a distinguir entre un vino joven y uno de reserva. A la izquierda alguien habla del "equilibrio umami perfecto" de un caldo japonés, a la derecha otro suelta con naturalidad que las notas tánicas de ese Ribera “sujetaban el cordero como un corsé elegante”. Y tú, atrapado entre copas, panes de masa madre y un silencio incómodo, piensas: ¿y ahora qué digo sin parecer un pardillo?
No pasa nada. Todos hemos estado ahí. La buena noticia es que entrar en este club no exige matrícula en Le Cordon Bleu ni un máster en enología, basta con un puñado de palabras precisas, dichas con gracia y sin convertirte en ese repelente que habla más que mastica. Al fin y al cabo, la jerga foodie no es tanto un muro de exclusión como un guiño de complicidad entre sibaritas: si aprendes a usarla, entras en la conversación como quien descorcha una botella sin que salte el corcho por los aires.
La clave está en el equilibrio: decir lo justo, sonreír cuando toca, y soltar con naturalidad una frase que suene como música al oído de los demás. Porque nadie te va a exigir hacer una cata a ciegas de cinco fermentados, pero sí sabrán reconocer cuando alguien disfruta con inteligencia y sin complejos. Así que relájate, acomódate en la silla, y deja que te guiemos por este glosario pícaro para que la próxima vez que alguien diga "bouquet arrebolado" no te imagines un ramo de flores enrojecido, sino el brillo preciso de un vino que invita al siguiente sorbo.
Ahora bien, vayamos al terreno práctico. Cuando los foodies extremos entran en materia, lo primero que valoran son las texturas. Aquí no basta con decir "crujiente", sino con evocar la palabra exacta: el snap, por ejemplo, ese chasquido que suena a frescura total, funciona perfecto para ensalzar una tempura ligera o una manzana recién cortada. Y si te toca comentar una pasta, olvida el "durita": mejor presume de que está al dente, manteniendo esa resistencia juguetona sin caer en rigidez. Y si aparece un postre cremoso, la carta ganadora es hablar de su tacto goloso, esa caricia envolvente que te hace pedir otra cucharada sin remordimiento. Pasemos a los sabores y aromas, territorio donde se juega el prestigio foodie. Aquí el rey absoluto es el umami, ese quinto sabor que todo lo magnifica; dilo con calma: "Este ramen tiene un umami que acaricia el paladar". No falla.
Después viene el sabor de boca, esa huella que permanece tras el último bocado: perfecto para referirse a un manchego curado o un chocolate oscuro que te acompaña minutos después. Si aparece el vino en la conversación, la palabra fetiche es bouquet, porque nadie quiere oír que "huele bien", quieren sentir que identificas un "bouquet complejo con notas de frutos rojos". Y si el color del vino te seduce, suelta la carta mágica: arrebolado, para describir reflejos rosados o rojizos que enamoran a la vista antes que al paladar. Añade el matiz de la nota tostada cuando hables de un buen pan de masa madre o un café recién molido, y remata con la mención a la tensión tánica, esa aspereza sofisticada que hace que un Ribera se abrace con un cordero como un tango intenso.
Por supuesto, los verdaderos foodies no solo hablan de sabores: veneran las técnicas. Aquí se separa el turista gastronómico del iniciado. Saber qué significa emulsionar te salva de preguntar por qué esa salsa no se corta: "La vinagreta está tan bien emulsionada que parece diplomática suiza". Mencionar la esferificación es un guiño directo a la alta cocina molecular, y si la pruebas no dudes en decir que es "un homenaje travieso a Adrià". La cura en salmuera te sirve para hablar de paciencia y artesanía en cualquier chacina ibérica, mientras que lo fermentado es la palabra clave en todo menú moderno: desde el kimchi coreano hasta el kombucha más hipster. Y no olvides la chacinería, esa palabra que convierte una simple tienda de embutidos en un santuario de jamones; el aire, esa espuma ligera que refresca un plato con elegancia; o la bouchée, bocado pequeño y exquisito que convierte la miniatura en arte mayor.
Ahora, un aviso: recitar este glosario como si fueras un teleprompter no solo te dejará en evidencia, sino que aburrirá a la mesa. La auténtica sabiduría foodie está en soltar estas perlas con naturalidad, como quien guiña un ojo sin pedir nada a cambio. Porque sí, las palabras te rescatan de ser el pringado que dice "sabe rico", pero lo que realmente enamora en una mesa es la curiosidad genuina, la risa compartida y la capacidad de disfrutar del vino tanto por su bouquet arrebolado como por la anécdota que lo acompaña. Así que memoriza un par de frases, atrévete a usarlas con descaro y, sobre todo, no pierdas de vista el objetivo real: comer, beber, y brindar "por el umami de la vida".
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